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Dita Kraus, «La bibliotecaria de Auschwitz»

El periodista Antonio G. Iturbe vindica el poder de la lectura en una historia basada en hechos reales

Dita Kraus, «La bibliotecaria de Auschwitz» Mario Krmpotic

SERGI DORIA

Parecía que todo estaba dicho sobre Auschwitz , hasta que Alberto Manguel en “La biblioteca de noche” reveló la existencia de un barracón donde se mantuvo la biblioteca pública más diminuta y clandestina de la Historia. El periodista Antonio G. Iturbe tomó nota del dato. La investigación le llevó de Polonia y la República Checa a Israel, donde reside Dita Kraus, la “bibliotecaria de Auschwitz” .

PLANETA

Tras la invasión de Praga por los nazis, la comunidad judía había sido expulsada a las afueras de la ciudad y trasladada luego al gueto amurallado de Terezín. Deportada en 1943 al campo de Auschwitz, Dita reconoció a Fredy Hirsch, un instructor de deportes que prefirió quedarse en la Bohemia del criminal Heydrich y ayudar a los judíos que huir a Israel. Gracias a Fredy, el barracón del Bloque 31 devino refugio de la imaginación y Dita “La bibliotecaria de Auschwitz” .

A partir del testimonio de esa mujer heroica, Iturbe “amasa” los hechos para convertirlos en materia literaria: “No era una biblioteca extensa. En realidad, estaba formada por ocho libros, y alguno de ellos en mal estado. Pero eran libros. En ese lugar tan oscuro donde la Humanidad había llegado a alcanzar su propia sombra, la presencia de los libros era un vestigio de tiempos menos lúgubres, más benignos, cuando las palabras sonaban más fuertes que las ametralladoras” escribe.

PLANETA

Cuando conoció a Dita, el periodista pensó en un reportaje, pero cambió de idea. La novela, apunta, “te permite llegar a la verdad por un camino distinto: los hechos no son exactos, los diálogos no fueron con esas palabras porque las de verdad se las ha llevado el viento, el cruce de personajes no se produjo en ese preciso momento… pero la reunión de los elementos te permite dibujar un cuadro completo que visualice mejor un acercamiento a la verdad mucho mejor que unos cuantos hechos sueltos desdibujados por el tiempo”.

“La bibliotecaria de Auschwitz”, señala Iturbe, “no sólo quiere ser una historia de Auschwitz , sino un homenaje a la lectura ”. Entre las volutas de ceniza que flotaban en el campo de exterminio, la bibliotecaria se aferraba a una hilera de libros, pegaba sus lomos desencajados y limpiaba con su saliva las cubiertas fatigadas por la humedad pegajosa del cautiverio.

Acechados por el administrador de Gas Zyclon Rudolf Höss, convertidos en letra pequeña de la “himmleriana” Solución Final, carne de disección del doctor Mengele, aquellos niños esqueléticos viajan por los mapas coloreados de un atlas , aprenden geometría y gramática rusa; descubren la historia del mundo con H. G. Wells, suben a la montaña mágica de Mann y atisban el subconsciente freudiano…

Mensaje contra «la estupidez de la guerra»

A falta de pan, la literatura «es el hueso de jamón que echamos al caldo de la vida»

Setenta años después, comenta Iturbe, la propia Dita Kraus era incapaz de recordar con exactitud los títulos de aquellos libros. Tras sus indagaciones supo que había una novela rusa y otras en checo y francés sin identificar: “De manera simbólica, quise que esa novela checa pudiera ser un libro con un mensaje demoledor en contra de la estupidez de la guerra: ‘Las aventuras del bravo soldado Svejk” de Jaroslav Hasek. Y que la novela francesa fuese “El conde de Montecristo”, porque nos permite ver el grado de humillación e injusticia a que puede ser sometido un inocente y nos enfrenta al dilema de la venganza”.

Además de reivindicar la labor de Dita Kraus, Iturbe rescata la figura de Fredy Hirsch, atleta capaz de “sobreponerse a su propio miedo” para que quinientos niños sobrevivieran con libros de papel y libros vivientes , es decir, los que guardaba la memoria de sus tutores.

PLANETA

En 1944, los internos recibieron la orden del “traslado”, rumbo a la muerte de la cámara de gas. Se dijo oficialmente que Hirsch se suicidó, pero en realidad fue exterminado el 8 de marzo de aquel año. En la última estación del Holocausto, Mengele dictó quién debía morir y quién pasaba al campo de Bergen Belsen. Afortunadamente, Dita estaba en el segundo grupo. Mengele, apunta Iturbe, decidía con la mirada la vida o la muerte de ancianos, enfermos, embarazadas y niños: “Algunos médicos cumplían ese cometido con algunas copas, otros se mostraban irritables, incómodos… Mengele llegaba a la selección silbando alguna aria clásica, incluso sonriendo plácidamente”.

En aquel infierno sólo quedaba la posibilidad de fabular . A falta de pan, la literatura, concluye el autor, “es el hueso de jamón que echamos al caldo de la vida para que sea más sabrosa”.

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